En el año 1673 François Poullain de la Barre afirmó que la mente, el intelecto no tiene sexo. Según él, los entonces recientes desarrollos de la anatomía mostraban la igualdad entre hombres y mujeres con respecto al cerebro y los órganos sensoriales. Si esto era así, ¿por qué no podían las mujeres desempeñar trabajos o puestos similares a los de los hombres? ¿por qué no ser, juezas, profesoras, embajadoras, militares, científicas o pensadoras? La afirmación y pregunta de Poullain pretendía concluir con una vieja polémica sobre la educación y la igualdad de los sexos, surgida de la supuesta incapacidad, según unos, desinterés o ausencia de las mujeres de los asuntos del conocimiento según otros, y que habían sancionado ideológica y religiosamente los mitos de Eva y Pandora, filosóficamente, Platón y biológicamente Aristóteles.
Es cierto que lo políticamente correcto hoy es afirmar que no se puede, ni se debe, diferenciar entre hombre y mujer a la hora de desarrollar actividades. Sin embargo, si examinamos la historia de la humanidad en sus diversas facetas, veremos que la mujer, en especial como grupo, raras veces aparece como protagonista.
Cuando se habla de mujer y ciencia, la reacción inmediata es la de indicar la ausencia de mujeres en el desarrollo de esa actividad a lo largo de la historia. No obstante, resulta curioso que ese «hecho» se esgrima por quienes tienen una concepción caduca de la historia de la ciencia y sin que, quienes afirman tal cosa, hayan efectuado un examen serio de la historia de la ciencia. Si lo hubieran hecho, no sólo hablarían, «irónicamente» además, de Madame de Châtelet, omitiendo, entre otras cosas, que su traducción de los Principia Mathematica permitió que el continente accediera al newtonianismo. Una mirada superficial les habría permitido descubrir a Aglaonike y a Hipatia, en la antigüedad, a Roswita e Hildegarda de Bingen, en la Edad Media. A las italianas Maria Ardinghelli, Tarquinia Molza, Cristina Rocatti, Elena Cornaro Piscopia, Maria Gaetana Agnesi, y Laura Bassi. A las anglosajonas Aphra Behn, Augusta Ada Byron Lovelace, Mary Orr Evershed, Williamina Paton Stevens Fleming, Margaret Lindsay Murray Huggins, Christine Ladd‑Franklin, Henrietta Swan Leavitt, Annie Russell Maunder, Charlotte Angas Scott, Mary Somerville, Anna Johnson Pell Wheeler, Caroline Herschel y Maria Mitchell. A las germanas Maria Cunitz, Elisabetha Koopman Hevelius, María y Christine Kirch; a las francesas Jeanne Dumée, Sophie Germain, Nicole Lepaute. O a otras científicas más recientes como Maria Goeppter Mayer, Sonya Vasilyevna Kovalevsky, Lise Meitner y Emmy Noether, por citar sólo unas cuantas de reconocido prestigio.
Estas historias muestran algo que, a veces, se olvida, se desconoce o se oculta: que las mujeres siempre se han sentido atraídas por el conocimiento, en general, y el científico, en particular.
2 comentarios:
muy poca ente se da cuenta de las muchas posibilidades que tiene un hombre o mujer todos sirven para hacer algo en espesial no vale la pena discriminar sin saber lo que uno puede realizar.
La historia, en este aspecto empieza ahora justo, la verdad, es que cuando se destierre del todo, a la religión, a los conservadores, al machismo, y al miedo y al odio; todo empezará de nuevo para la humanidad, y para las mujeres. Las mujeres han sido injustamente, maltratadas por la historias; ahora, ha llegado un libro escrito por una mujer catalana, que escribió con el pseudónimo de nombre de hombre, para poder publicar, y hablamos de hará cien años...
Un abrazo.
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